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Argentina sufre las consecuencias de la expansión agropecuaria

La insostenibilidad ambiental y económica del modelo agroexportador de Macri ha contribuido a la última crisis de Argentina
<p>La expansión de la soja y la carne en Argentina podría tener consecuencias devastadoras para el ambiente y la economía (imagen: <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vacas_Liniers_-_6053.jpg">Jorge Royan</a>)</p>

La expansión de la soja y la carne en Argentina podría tener consecuencias devastadoras para el ambiente y la economía (imagen: Jorge Royan)

Luego de cuatro años, el presidente Mauricio Macri está finalizando su mandato en Argentina en medio una severa crisis económica, habiendo promovido un modelo agroexportador principalmente de soja y carne, con visibles consecuencias ambientales.

Cosechas récord y el boom de la carne argentina en China han venido de la mano de la pérdida de bosques nativos, la degradación acelerada de los suelos y la contaminación del agua, entre otras consecuencias de lo que expertos llaman el “maldesarrollo”.

El sector agropecuario fue uno de los actores más beneficiados por Macri. El gobierno redujo, y en muchos casos eliminó, los impuestos y permisos a las exportaciones, canceló las restricciones cambiarias, devaluó el peso argentino y resaltó el rol del Ministerio de Agricultura, cambiando su nombre a Ministerio de Agroindustria.

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Las exportaciones de carne de Argentina a China en toneladas

La buena relación de Macri con el sector contrastó con el previo enfrentamiento entre este y la ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, la exportación de productos agropecuarios también se expandió durante su mandato por los precios record de las commodities.

Los efectos de las políticas de Macri fueron notorios. Se triplicaron los embarques de trigo, la soja pasó a aportar cerca de un tercio de los dólares que genera el país por la exportación de bienes y las ventas de carne vacuna al exterior alcanzaron un récord en 2018 al superar el medio millón de toneladas, con China como principal destino.

Es un modelo muy negativo porque no hay manera de conciliar biodiversidad y agricultura

Sin embargo, ese estímulo no tuvo en cuenta los fuertes impactos negativos del modelo agropecuario sobre los ecosistemas, expertos coinciden.

“En Argentina parece que no hubiera otra opción que las semillas transgénicas, el uso de agroquímicos y los pueblos fumigados con glifosato”, sostuvo el abogado especializado en derecho ambiental Enrique Viale.

“El impulso que le dio Macri al agronegocio es muy claro. Se debilitó la industrialización del país con aumentos de tarifas e impuestos y se promovió un modelo agroexportador que atrasa cien años y que tiene a la agroindustria como única fuente de divisas y de desarrollo,” agregó.

Gabriel Arisnabarreta, ingeniero agrónomo y productor agroecológico del grupo Ecos de Saladillo, coincide: “En el gobierno de Macri hay una profundización muy clara de todo lo que es a favor del agronegocio, de impulsar a Argentina como un país exportador de materia prima barata, sin importar las consecuencias”.

Al mismo tiempo, María Eugenia Periago, coordinadora de los programas Pampa y Gran Chaco de la Fundación Vida Silvestre Argentina, resalta la necesidad de un ordenamiento ambiental territorial, que ordene los ecosistemas y la producción.

“En la región pampeana ya se transformó el 80 por ciento de los ecosistemas naturales. Queda apenas un 20% porque no es apto para la agricultura”, ejemplifica.

Periago enumera las consecuencias sociales y ambientales que se observan en Argentina por un modelo que no contempla ese ordenamiento territorial: “Deforestación, pérdida de biodiversidad y de servicios ecosistémicos, pérdida de conexión entre diferentes áreas, ambientes fragmentados y desplazamiento de poblaciones. Es un modelo muy negativo porque no hay manera de conciliar biodiversidad y agricultura”, resume.

Deforestación y conflictos

El avance de la frontera agropecuaria tuvo como correlato directo la deforestación, que durante el gobierno de Macri superó las 150.000 hectáreas anuales. Más de un tercio de ese desmonte se realizó sobre bosques nativos protegidos por la Ley de Bosques, de acuerdo con informes de la secretaría de Ambiente.

Más del 80% de la deforestación total de 2018 ocurrió en el noreste de Argentina, de acuerdo con un informe de Greenpeace. La provincia más afectada fue Santiago del Estero con 34.751 hectáreas deforestadas, de las cuales 23.910 eran bosques protegidos

“La frontera agropecuaria se fue corriendo y eso fue a costa de una violentisima deforestación. Eso implicó la eliminación de comunidades que vivían en esos montes. Hubo expulsión y asesinatos de campesinos que defendían su territorio y un éxodo de pequeños productores, que dejaron el campo”, describe Arisnabarreta.

La expansión de la agricultura y del rendimiento de los cultivos llevó también a una mayor extracción de nutrientes del suelo. Sin una adecuada reposición de estos, se aceleró el agotamiento de los suelos, con graves consecuencias para el ambiente y la actividad productiva.

Va a llegar un momento en que los países compradores nos van a medir la huella de carbono

Hernán Sainz Rozas, investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), relata que sucesivos relevamientos realizados desde 2005 mostraron que cayó la materia orgánica de los suelos agrícolas.

“Si se compara un suelo virgen con uno usado en agricultura, estamos hablando de pérdidas de materia orgánica -un indicador clave de la salud del suelo- de entre el 30% y el 50%”, precisa.

Además, el investigador detalla que junto con el aumento del cultivo de soja hubo una disminución de un tercio de los niveles de fósforo en el suelo, comparado con los niveles presentes hace 30 años. “Los productores no reponen lo que se llevan los cultivos,” sostuvo.

En el último estudio realizado en 2018, se vio una caída general en todos los nutrientes, sostuvo Sainz Rozas. La sorpresa más grande fue la acidificación acelerada de los suelos, con valores limitantes para algunos de ellos.

“Los cultivos tuvieron rendimientos más altos, pero no se repusieron los nutrientes en igual proporción”, evalúa el especialista, y advierte: “Las tendencias indican que, por ejemplo, en Entre Ríos en cuatro o cinco años va a haber un gran porcentaje de suelos con valores inferiores a los que necesitan los cultivos”.

A ello se le suma un problema asociado al uso de abonos orgánicos. Si bien su aplicación está aconsejada para no depender de fertilizantes sintéticos y como forma de reciclar nutrientes, cuando se utiliza en exceso tiene impactos muy negativos en el ambiente y en las comunidades.

“En los cinturones hortícolas y las zonas cercanas, como es el caso de Mar del Plata, se aplican demasiados abonos orgánicos y se convierten en fuentes de contaminación. Hay muchas zonas en las que el agua de las napas tiene niveles de nitratos muy arriba de lo recomendado y puede ser perjudicial para la salud de la población”, advierte el experto.

Crisis climática

La agricultura es una actividad económica altamente vulnerable a los efectos del cambio climático. La evidencia científica pronostica en Argentina mayor frecuencia e intensidad de eventos climáticos como lluvias y sequías.

Al mismo tiempo, el 40% de los gases causantes del cambio climático de Argentina son generados por la agricultura, la ganadería, la silvicultura y otros usos de la tierra, de acuerdo con el último inventario de Argentina.

40%


de las emisiones de Argentina están asociadas al cambio del uso del suelo

Especialistas aseguran que serán necesarias acciones de adaptación para adecuar la producción a un nuevos escenarios meteorológicos y medidas de mitigación para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

“Va a llegar un momento en que los países compradores nos van a medir la huella de carbono”, estima Sainz Rozas.

Argentina se comprometió –en el marco del Acuerdo de París para hacer frente al cambio climático- a reducir el 18% de sus emisiones de dióxido de carbono de manera incondicional para 2030, un porcentaje que podría incrementarse a 37% en el caso de acceder a financiamiento internacional.

El futuro ya exige cambios

Especialistas coinciden en que todos estos impactos negativos limitarán el propio modelo agroexportador a futuro y se necesitarán políticas y prácticas más sustentables para mantener la rentabilidad.

“Argentina era -y es todavía- muy competitiva porque sus suelos eran muy fértiles, pero la competitividad a futuro está amenazada: la rentabilidad va a ser menor porque va a haber que gastar más plata en fertilizar los suelos”, anticipa Sainz Rozas, del INTA.

En tanto, Periago vislumbra un futuro en el que los países compradores ejercerán un poder de policía y de comprador. “La Unión Europea va a exigir mejores estándares ambientales para desvincular a la deforestación de sus cadenas de suministro”, sostiene.

“En el caso de China, que muchas veces se ve como un monstruo al que no le importa la sustentabilidad, hay un acuerdo de 64 frigoríficos que quieren empezar a analizar su cadena de suministros: de dónde viene la soja con la que ellos alimentan al ganado y de dónde viene el ganado que importan”, destaca.

Arisnabarreta cuenta a modo de ejemplo que en el último congreso de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), se dijo que había que adaptar la producción “porque los países del primer mundo estaban exigiendo cada vez menos residuos de agrotóxicos”.

Un modelo de maldesarrollo

Viale es crítico del concepto hegemónico de desarrollo, al que llama “maldesarrollo”, caracterizado, según él, por “un modelo que desplaza comunidades indígenas, genera una gran degradación ambiental y también social y cultural, no permite el desarrollo de economías regionales, expulsa gente del campo a la ciudad y genera gran contaminación y deterioro institucional”.

“Las relaciones que tiene el agronegocio con los factores de poder desdibujan las reglas democráticas; la democracia se achica al mínimo y son perseguidos quienes resisten al sistema, quienes pretenden otras cosas”, afirma el abogado ambientalista.

En ese sentido, Viale asegura que “hay que apostar a otra manera de producir alimentos sanos, seguros y baratos, que generen mano de obra y la vuelta al campo de mucha gente. Ese es el gran desafío del país”, concluye.