Clima & Energía

Carbón, petróleo y gas: llegó la hora de la verdad en América Latina

Por primera vez la ONU establece con absoluta claridad que la extracción de combustibles fósiles debe frenar
<p>El informe de Naciones Unidas sobre combustibles fósiles plantea preguntas serias a América Latina (Foto: 350.org)</p>

El informe de Naciones Unidas sobre combustibles fósiles plantea preguntas serias a América Latina (Foto: 350.org)

El reporte publicado hoy por ONU Ambiente sobre la producción de combustibles fósiles se suma a las alarmas científicas que han motivado manifestaciones de millones de ciudadanos alrededor del mundo en los últimos meses. El mensaje es claro: los gobiernos y las empresas deben comenzar ahora mismo la transición de una economía basada en carbón, petróleo y gas a una donde predominen las energías renovables, hasta la completa desaparición de los combustibles fósiles, si queremos detener el cambio climático.

Para América Latina, un continente que incluye a varios países productores de hidrocarburos, la necesidad de redefinir la trayectoria económica es urgente. El mensaje que por primera vez un reporte de las Naciones Unidas establece con absoluta claridad es que la extracción de combustibles fósiles debe detenerse. La ciencia ha sido contundente. El reciente reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) acerca del aumento de temperatura por encima de 1.5ºC definió con precisión que los potenciales impactos para la sociedad, economía y ecosistemas serán catastróficos. A fin de evitarlos, tenemos una década para reducir los actuales niveles de emisiones de gases de efecto invernadero, como mínimo, a la mitad.

75%


la parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero que representan los combustibles fósiles

El “Reporte de la Brecha en la Producción” publicado el 20 de noviembre trae un mensaje ineludible: los planes de expansión de la industria del carbón, petróleo y gas tendrán que quedarse en los anaqueles. Las trayectorias proyectadas de crecimiento de la extracción y uso de combustibles fósiles, que representan más del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero y casi el 90% de todas las emisiones de dióxido de carbono, son alarmantes.

El reporte encontró que el mundo está en camino de producir aproximadamente un 120% más de lo que sería consistente con limitar el calentamiento a 1.5 °C – el único límite seguro para nuestro propio futuro-.

Ante ese panorama desalentador es imperativa una renovación de los compromisos adoptados por los países en el marco del Acuerdo de París. Para estar en línea con su principal objetivo, que requiere alcanzar la total carbono-neutralidad para mediados de siglo, y limitar el aumento de temperatura a 1.5ºC, el nivel de ambición de los compromisos se tiene que multiplicar por cinco.

América Latina no está exenta de aumentar su nivel de compromiso. Es responsabilidad de los Estados proteger a sus ciudadanos, y para ello, como mínimo, deben adoptar una meta consistente con la reducción de emisiones a la mitad a 2030. Necesitamos comprometernos a invertir en actividades de bajo carbono, en lugar de enganchar el crecimiento del PIB a los viejos sectores que más contaminan el planeta y así definir señales claras para iniciar una transición justa hacia la economía del futuro: sin emisiones, y resiliente a los impactos del cambio climático.

La transición, sin embargo, debe ser justa también para quienes dependen directamente de la economía fósil para su bienestar (a corto plazo) y, por lo tanto, es imperativo comenzar a ejecutar un plan ordenado de reducción hasta la total eliminación del carbón, el petróleo, y el gas de nuestra economía.

Dados estos hallazgos, será cada vez más difícil justificar la exploración o expansión de nuevas reservas de combustibles fósiles en América Latina o en cualquier otro lugar. Eso significa, por ejemplo, que incluir el fracking en el programa de gobierno en Colombia o continuar invirtiendo en la explotación petrolera en Brasil, donde el más grande derrame de petróleo de la historia del país está contaminando en este exacto momento las playas y el mar en 10 estados, es una posición miope e irresponsable respecto del futuro de los latinoamericanos.

Esta no es una potencial distopía de una serie de televisión o del futuro lejano

Lo mismo ocurre con el gas, que varios rescatan como “combustible de transición”. El reporte de la ONU desmiente esta ilusión. La investigación encontró que aumentar la producción de gas fósil y disminuir su precio pueden conducir a un aumento neto de las emisiones globales, y, además retrasar la introducción de sistemas de energía con emisiones cercanas a cero. Estos nuevos hallazgos muestran que la producción de gas también debe disminuir, comenzando pronto para alcanzar el objetivo de 1.5 ° C.

$11billones


se ha desinvestido de los combustibles fósiles (US$)

Quienes ya han entendido que estamos ad portas de un cambio de paradigma económico, ya están tomando medidas. Las señales más dicientes vienen del sector financiero. Inversionistas precavidos que han incorporado el riesgo climático en sus decisiones de inversión ya han comenzado a desinvertir del sector (aunque aún fondos que representan cerca de 11 billones de dólares están en este grupo).

Otros, entre ellos los más grandes fondos de pensión y las aseguradoras en el mundo, se han comprometido a descarbonizar sus portafolios hasta llegar a ser carbono-neutrales en 2050.

Quienes creen que podemos comprarle tiempo a la atmósfera viven en una peligrosa realidad paralela, y de paso nos ponen en riesgo a todos. Pensar que el carbón colombiano, el petróleo venezolano o el gas argentino serán los únicos que sí se vendan, o que por el hecho de que seamos un continente en vía de desarrollo tenemos licencia para seguir con los planes de expansión de la industria de combustibles fósiles, no sólo es irresponsable en términos atmosféricos, sino también económicos. Equivale a enterrar nuestros activos. A intercambiar la riqueza representada en nuestras comunidades y ecosistemas (los más biodiversos del mundo), por destrucción y desolación.

Esta no es una potencial distopía de una serie de televisión o del futuro lejano. Se trata del futuro que viviremos nosotros, la generación actual, en los próximos diez a treinta años. El futuro que elijamos está en nuestras manos. Aún estamos a tiempo de tomar la decisión que defina el curso del planeta entero y la civilización humana. Si nos preparamos para una transición ordenada desde ahora, podremos vivir en un mundo más seguro y justo para todos.