Agricultura

¿Se acabó el boom de la soja en Argentina?

Productores agropecuarios eligen el maíz y el trigo sobre el que solía ser el grano estrella, impulsados por incentivos comerciales y preocupaciones ambientales
<p>Una plantación de maíz en la provincia de Buenos Aires, Argentina (imagen Alamy)</p>

Una plantación de maíz en la provincia de Buenos Aires, Argentina (imagen Alamy)

Esta temporada, Argentina sembrará la menor cantidad de soja en una década. El maíz y el trigo han comenzado a eclipsar a la oleaginosa, que cada año se cultiva menos.

Mientras que en 2014 se sembraron 4,4 hectáreas de soja por cada hectárea sembrada con maíz o con trigo, este año esta relación cayó a 1,4 hectárea sojera por cada hectárea dedicada a los otros dos cultivos. Lejos del “mar de soja” que era la llanura pampeana, para el nuevo ciclo agrícola que comienza se espera un récord en la producción de maíz, que sumaría hasta un 5% más de área cultivada.

Un combo de factores que incluyen incentivos comerciales y preocupaciones ambientales llevó a que cada vez más productores se alejaran del grano estrella del boom de los commodities de la primera parte del siglo XXI para volcarse a un paisaje productivo más variado, lo que genera mejor cobertura ante eventos climáticos cada vez más extremos, suelos menos empobrecidos y una mejor ecuación económica al final del camino.

Se terminó el país sojero, sólo queda el mito

“Es un cambio drástico respecto a siete u ocho años atrás. Se terminó la Argentina sojera, hoy estamos ante la campaña más variada y sustentable de la última década” señaló el ingeniero agrónomo Cristian Russo de la Bolsa de Comercio de Rosario, la ciudad que es el corazón comercial del complejo agrícola argentino.

“Hace siete años el campo era todo soja y por cada lote de trigo o de maíz había 5 del poroto y hoy estamos casi uno a uno, el cambio es impresionante. Rotar los cultivos es una práctica más eficiente, más barata y más sustentable”, agregó.

Un nuevo paisaje productivo

Russo es el autor del informe “Las gramíneas cada vez más cerca”, el cual describe la nueva realidad productiva de la Argentina. Los datos son claros. Para este año se espera un aumento del de la superficie maicera, que llegaría a los 7,73 millones de hectáreas con una producción récord de 54 millones de toneladas. También crecerá la superficie destinada al trigo, con 3% más respecto al año pasado, lo que la ubica en 6,7 millones de hectáreas con otro récord esperado de producción de 20 millones de toneladas.

En soja, el año pasado dejó 16,9 millones de hectáreas sembradas en Argentina con una producción de 45 millones de toneladas. Si bien aún es demasiado pronto para estimar la superficie que se sembrará este año, Russo señaló que el área a cultivar “caerá en al menos 100 mil hectáreas más”.

En una comparación de diez años (2010 vs 2020) es evidente el cambio. Según un informe de la consultora Agrobrokers, Argentina producirá 51 millones de toneladas de maíz este año, de las cuáles exportará 36 millones. Más del doble de lo que hacía en 2010, cuando produjo 22,5 millones de toneladas y vendió al exterior 13 millones. En trigo se da el mismo proceso. 

La soja, en cambio, muestra un camino inverso en Argentina. Mientras que en 2010 se consiguieron 54,4 millones de toneladas de granos de los que se exportaron 9,5 millones, en 2021 se cosecharon 52 millones para exportarse 6,3 millones. Lejos quedó el pico sojero de 2015/2016, cuando se produjeron 58,5 millones de toneladas. “Es una disminución sostenida, mientras que el aumento de los cultivos de gramíneas ha sido fenomenal. Se terminó el país sojero, sólo queda el mito” insistió Russo.

Todos aprendimos que el costo de una agricultura no sustentable es mucho más alto que lo demás, y estamos dispuestos a hacer un esfuerzo

Los testimonios de los productores ratifican el cambio. Mauricio Kunicic es productor y asesor agropecuario y trabaja sobre una superficie total de alrededor de 7.000 hectáreas entre Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero. Como casi todos sus colegas, a principios de la segunda década del siglo se volcó casi exclusivamente a la soja. “Llegamos a tener apenas 50 hectáreas de maíz y 50 de trigo, así de extremo”, describe.

Hoy, en cambio, hace un 30% de cada cultivo, con expectativas de avanzar hacia un 40% de maíz y un 40% de trigo en el futuro cercano. “Hoy es más rentable hacer maíz y trigo/soja que soja de primera porque el productor prefiere ir a un sistema que cuide el suelo”, expresó.

La ecuación económica

Como en todo negocio, el bolsillo tiene una incidencia muy fuerte en la toma de decisiones. A la hora de evaluar qué cultivo hacer, los impuestos a la exportación son clave. En ese punto, los cambios introducidos durante el gobierno de Mauricio Macri (2015/2019), que eliminó los impuestos al maíz y al trigo pero mantuvo un 30% al de la soja ayudan a explicar el cambio de rumbo.

“Cuando Macri bajó las retenciones del maíz y el trigo todo empezó a cambiar bastante. En realidad, se volvió a la rotación tradicional, porque lo excepcional fueron los años de monocultivo de soja”, afirmó Kunicic.

Para Fernando Botta, titular de la consultora Agrobrokers, en la actualidad la mayoría de los productores abandonó el monocultivo de soja en Argentina, aún si el maíz es un grano que precisa una mayor inversión inicial.

“El costo de sembrar maíz sigue siendo una limitación de corto plazo para la agricultura sustentable, pero todos aprendimos que el costo de una agricultura no sustentable es mucho más alto que lo demás, y estamos dispuestos a hacer un esfuerzo”, sostuvo. 

Alejandro Ricordi, que trabaja unas 800 hectáreas de campos propios y alquilados en la provincia de Córdoba, es otro ejemplo de ese cambio: “Antes hacíamos sólo soja, pero ahora hacemos maíz y trigo también. El maíz es caro, hay que fertilizar más y la semilla es más cara, pero rinde mucho y cuida mejor el suelo”, sintetizó.

Con márgenes de ganancia más elevados que la soja, el maíz promete ser el nuevo cultivo estrella del agro argentino.

Cuidar el suelo es cuidar el capital

El monocultivo de soja en Argentina provocó una aceleración de la erosión de los suelos, un problema que afecta al 36% de la superficie del país. 

Los productores observan ese proceso en sus campos, a veces a costa de perder capital. “Cuando no parás de meter soja se van siempre los mismos nutrientes de la tierra, es como si el suelo se enflaqueciera. Con muchos cultivos todo está mejor cuidado,” sostuvo Ricordi. 

La rotación, al mejorar el suelo, permite mejores rindes para todos los cultivos, agrega. 

Kunicic sostiene que “era imposible” seguir sosteniendo un modelo basado en el monocultivo: “Trae demasiadas enfermedades y malezas, algo que también mejora al rotar los cultivos porque se rotan también los herbicidas, se incorporan rastrojos y fertilizantes y todo eso suma más carbono al sistema”.

Haber dejado atrás el “mar de soja” tiene que ver también con un cambio cultural y generacional en los productores, que entendieron que destruir el suelo era ir en contra de sus propios intereses a futuro, sostiene Botta. 

“La llanura pampeana era una pradera de gramíneas de invierno, que fue reemplazado por un cultivo de verano, la soja. Eso trajo consecuencias”, sintetizó, para agregar que, a la fuerza, “los productores aprendieron que, aunque las políticas comerciales obligaran al corto plazo, la destrucción del suelo sale mucho más cara a mediano y largo plazo”

Malezas, un enemigo potente y caro

La aparición de malezas resistentes a los herbicidas más utilizados para tratar a la soja en Argentina, entre ellos el glifosato, fueron cambiando la ecuación económica de los productores y complicando el bienestar de los granos. 

“Fueron apareciendo muchos problemas de malezas y de plagas por no rotar, lo que potenció la presión sobre el sistema. Las malezas resistentes son un dolor de cabeza total para los productores y precisan mucha plata para ser controladas”, argumentó Russo. 

Por el contrario, el manejo del maíz es más sencillo: “Es un cultivo muy caro de arranque, pero una vez sembrado se establece muy rápido y es una planta muy eficiente”, subrayó el ingeniero agrónomo.

La rotación de cultivos permite un mejor control de malezas desde el manejo, y no sólo ya desde un solo insumo químico. “Hoy se busca atacar las malezas con herramientas que no solo son herbicidas, como con la rotación. La rotación ayuda porque se genera más biodiversidad”, apuntó por su parte Kunicic.

A mayor rotación, menor riesgo

En un país como Argentina, donde el sector agroindustrial explica el 24% del total de la actividad económica, el impacto del cambio climático y de eventos meteorológicos extremos requiere máxima atención.

Según el Banco Mundial Argentina pierde en promedio por año unos 1.000 millones de dólares en activos por inundaciones. “Los eventos extremos (inundaciones y sequías) son los principales riesgos climáticos del país. Desde 1980, la cantidad de eventos pluviales extremos se ha triplicado”, sostiene una reciente publicación del banco. 

En un escenario de fuerte variabilidad climática, rotar cultivos significa bajar riesgos.

“Este año arrancó con una enorme falta de agua y aun así el maíz dejó una producción que nos sorprendió porque resistió mucho mejor que la soja, es un cultivo que aguanta mejor la falta de agua” argumentó Russo, para quien la rotación de cultivos “les da más espalda a los productores para soportar los vaivenes del clima”.

Para Botta, en la última campaña agrícola, el impacto de la sequía no fue tan alto por el impacto positivo del buen manejo de los campos. “Sin rotación hubiese sido mucho peor, variar los cultivos sin duda entrega mucha más cobertura ante eventos climáticos”.